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Homilía en la misa en sufragio de Mons. Pere Tena i Garriga en el 10º aniversario de su fallecimiento

12 de febrero de 2024 - General

 

Homilía en la misa en sufragio de Mons. Pere Tena i Garriga en el décimo aniversario de su fallecimiento

Catedral de Barcelona, Solemnidad de santa Eulalia, 12 de febrero de 2024

Dr. Gabriel Seguí i Trobat, msscc, Presidente del Instituto de Liturgia ad instar facultatis-AUSP 

Sir 51,1-8
Ps 44
1Pe 4,12-19
Mt 25,1-13
 
1. Nos hemos reunido para celebrar el memorial del misterio pascual cerca de dos cuerpos amados que esperan la resurrección de la carne en el último día, aunque ciertamente distanciados en el tiempo: el cuerpo de la virgen y mártir santa Eulalia, patrona de Barcelona, y el de Mons. Pere Tena i Garriga, obispo, uno de los fundadores de nuestro Instituto de Liturgia, que sigue inspirando nuestro trabajo. Sabemos bien que la eucaristía no es un homenaje a persona alguna, aunque la Iglesia haya reconocido su santidad, como en el caso de santa Eulalia; la eucaristía es la actualización de la Pascua del Señor aquí y ahora, y es a la luz de este acontecimiento que contemplamos la vida de las personas que hemos amado, siempre invocando la compasión divina sobre ellas y también sobre nosotros. Es a Cristo vivo y viviente a quien celebramos hoy, presente bajo los signos sacramentales; es a Él a quien agradecemos el don de la fe, la gracia de formar parte de la Iglesia católica, el regalo inmerecido de nuestro ministerio, y el gozo de poder adentrarnos en el estudio y la vivencia de la liturgia donde es Él quien realmente celebra en medio de su pueblo reunido. Así, pues, hacemos nuestra la acción de gracias del libro del Eclesiástico: "Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre".
 
2. Esta acción de gracias, sin embargo, por realizarse en la fiesta de santa Eulalia, está teñida de sangre y ello le da un carácter muy realista: perseverar en la fe significa seguir el mismo camino que Cristo. En efecto, el apóstol Pedro nos ha dicho: "Queridos hermanos, no os extrañéis de ese fuego abrasador que os pone a prueba, como si os sucediera algo extraordinario. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo". Justamente, la leyenda del martirio de santa Eulalia la presenta casi impertérrita ante los atroces tormentos que sufrió hasta que murió crucificada a la manera de su Señor. Esa fue su cristificación, ya que no se avergonzó de llamarse cristiana. La parábola de las vírgenes, que hemos proclamado en el evangelio, nos recuerda la relación esponsalicia de Eulalia con Jesús, que le mereció entrar con Él en la sala del banquete del Reino; nos lo recuerda bellamente la oración de postcomunión: "Señor, a quienes diste a comer el pan de vida y a beber el vino de tu reino" que "puedan gustar del árbol de la vida que tienes preparado en el paraíso".
 
3. Estas palabras de la liturgia nos conmueven hondamente, porque señalan nuestro destino por "la victoria en los combates de este mundo". En la liturgia, a la que llegamos cargados de los afanes de la vida, de las angustias y dolores propios y ajenos, de las incertidumbres y quizá de los fracasos de nuestro ministerio, saboreamos, anticipada y verdaderamente, los manjares de la mesa celestial. Por eso pedimos humildemente que "nos gloriemos siempre de ser cristianos y perseveremos hasta la muerte firmes en la fe". Evocamos así lo que nos dijo el obispo el día de nuestra ordenación diaconal: "Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees, y vivir lo que enseñas". Y más aún lo que escuchamos en la ordenación presbiteral: "Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Advierte bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos y configura toda tu vida con el misterio de la cruz del Señor". Ambas oraciones son una invitación a convertir nuestra vida en una liturgia existencial, el "culto en espíritu y verdad" (Jn 4,23), ligado "al misterio de la cruz del Señor".
 
4. Mons. Pere Tena i Garriga exploró los caminos de la santidad a través de la liturgia, celebrada con amor, discreción y delicadeza; transparentaba el misterio que celebraba, lo explayaba en sus escritos y lo transmitía con profundidad. Os invito a observar la fotografía de Mons. Tena que tenemos en el Instituto, de la ordenación de un profesor nuestro, el P. Ignasi Fossas, osb: es un icono del celebrante que toca reverentemente el misterio y se deja poseer por él. Dio testimonio de la fe no con la sangre, como santa Eulalia, sino defendiendo la Verdad que la liturgia contiene y celebra, la Verdad que es Cristo mismo (cf. Jn 14,6), el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Todos nosotros somos discípulos del Señor y Mons. Pere Tena nos indica el camino de la liturgia para acompañarlo en su pasión y muerte. Por este motivo, estudiar y leer su obra no es un mero ejercicio académico ni un simple deleite intelectual, sino que es recorrer el camino del discipulado, guiados por su maestría espiritual, a fin de conseguir vivir lo que celebramos. Roguemos al Señor que le conceda "la corona de la gloria" que le fue anunciada cuando recibió la mitra episcopal y que se cumpla en él lo que se pidió en su misa exequial: "Que el obispo de esta Iglesia, que consagró su vida a anunciar el Evangelio de Cristo, goce ahora contemplando, cara a cara, aquella misma verdad que, ya cuando vivía en la luz limitada de este mundo, vislumbró en la Palabra de Dios y predicó a sus hermanos". Que goce, pues, con santa Eulalia, de la luz que no tiene fin, por la misericordia de Dios. Amén.